A principios
del siglo XX, un plan urbanístico generó la construcción de la Via Laietana. Para
ello se derribaron más de 2.000 viviendas y desaparecieron 82 calles, además de
dividir el centro histórico en dos mitades: por un lado el Barri Gòtic y por
otro los barrios de Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera.
Los
conventos medievales de Santa Catalina y San Agustín dieron nombre a este barrio,
que conserva el antiguo trazado medieval,
con calles estrechas, retorcidas y entrelazadas De las
construcciones medievales quedan todavía algunos vestigios
aunque la mayoría de edificios fueron
reformados durante el siglo XVIII
o XIX.
Iniciamos
el recorrido en el Mercado de Santa
Catalina (Av.
Francesc Cambó, 16). Está situado en el
solar donde se encontraba el antiguo convento
gótico, fundado a principios del siglo XIII. No queda
prácticamente nada de aquel edificio ya que, tras la desamortización
eclesiástica del siglo XIX, los dominicos fueron exclaustrados y se derribó uno
de los dos claustros para abrir la calle Freixures.
Más tarde sufrió
un incendio en 1835 que, aunque no causó grandes daños, sirvió de pretexto para
derribarlo y construir en su lugar, en 1848, el primer mercado cubierto y en
recinto cerrado, de la ciudad.
En
2005 se inauguró la remodelación del nuevo mercado, según
proyecto de los arquitectos Enric
Miralles y Benedetta Tagliabue. De
la obra destaca especialmente la
espectacular cubierta ondulada de mosaicos de colores. La lástima es
que está pensada para ser vista desde el aire y no puede
apreciarse realmente a pie de calle.
Está sostenida por una estructura metálica
y con acabados en madera.
En un anexo
del mercado se exhiben restos del
antiguo convento de Santa Caterina.
En la parte trasera del mercado, en la Plaza de Santa Caterina
1, se encuentra este edificio de la segunda mitad del
siglo XVIII y actualmente restaurado. Está decorado con esgrafiados y destaca una
hornacina que contiene una imagen
de la Virgen.
Cruzamos
por la calle Semoleres, una
pequeña calle con entrada abovedada, típica de estos barrios,
que atraviesan las casas para dar acceso a las calles transversales. Durante años se permitió construir por encima
de las entradas y salidas de las calles como fórmula para ganar espacio.
Por
aquí accedemos a la Plaza de la Llana, que fue antiguamente un mercado de platos y ollas y posteriormente
de lanas.
Es un espacio irregular donde convergen
diversos callejones, a los que se
accede a través de arcadas. También nos
encontramos en una calle que cambia de nombre según el tramo: Bòria, Corders y
Carders. La mayoría de estas calles llevan el nombre de los gremios que allí se
ubicaban.
Caminamos por la calle Corders, que lleva el nombre del gremio de artesanos de cuerda. Aquí nos encontramos con la pequeña capilla románica de Marcús (siglo XII). El lugar donde está
situada corresponde a la antigua Vía
Franca, el antiguo camino romano que salía de la ciudad hacia
Francia. Esta ermita formaba parte de un antíguo hospital y un
albergue para viajeros y transportistas de mercancías en la edad media. Fue sede de la "Cofradía de los Correos a Caballo ya
Pie" la primera organización
postal que existió en Europa. Sólo se abre en momentos determinados, por lo
que es difícil coincidir con ella abierta.
Avanzando, la
calle cambia de nombre y ahora es Carders.
De esta calle destacaré un edificio de época medieval que fue
la sede del gremio de Carders
(cardadores de lana).
Llegamos a la
Plaza de Sant Agustí Vell. La plaza cuenta
con una parte medieval porticada,
aunque la mayor parte de los edificios son de los siglos XVIII y XIX.
Desde aquí vamos a la calle Comerç. Por curiosidad podemos acercarnos a la cercana calle
Petons. Bajo este nombre tan bonito se esconde una historia que no lo es tanto:
según la tradición este nombre
proviene del hecho de que los condenados a muerte, que se dirigían
a morir a la vecina ciudadela, se despedían aquí de sus familias.
Seguimos
el recorrido.
En el número 36 de la calle Comerç se encuentra el antiguo Convento
de San Agustín.
Construido a partir del 1349, fue durante cuatrocientos años el centro
de la vida del barrio. Durante el asedio de Barcelona, en 1714, resultó muy dañado. Actualmente se conservan algunos
restos como un ala del claustro gótico, del siglo XV, integrado dentro del nuevo
edificio.
A
mediados del siglo
XVIII, sobre los restos del convento, se edificó un cuartel militar.
Como
curiosidad del edificio os puedo contar que en los 3 portales barrocos, coronados
con el escudo real, podemos encontrar esculpidos bajo el frontón
los signos masónicos del compás y
la escuadra (en realidad en la actualidad sólo puede verse en dos, ya que uno
desapareció en tiempos de Franco).
La orientación
es distinta en cada puerta: en la de la derecha la escuadra mira hacia la
izquierda, en la del centro indica hacia abajo, y en la de la izquierda se cree
que lo hacía a la derecha. Eso da a entender que la puerta central era la
principal.
Actualmente
en la caserna de San Agustín hay instalaciones municipales y el Museo de la
Xocolata. El museo hace un recorrido sobre los orígenes y difusión del
chocolate.
Atravesamos
por la plaza Plaza Pons i Clerch y llegamos a la placita de la Puntual. La preside un busto del artista Santiago Rusiñol, que nació a
pocos metros de aquí, en la calle Princesa 37. En su obra El auca del señor
Esteve hace referencia a una tienda que es la que da nombre a esta plaza.
Y de momento lo dejo aquí, ya continuaremos paseando por este barrio y descubiendo curiosos rincones la semana que viene.