viernes, 3 de mayo de 2013

El Turó Park


En esta entrada del blog os quiero enseñar un pequeño rincón de Barcelona que forma parte de mi infancia. Mis abuelos vivían no muy lejos de aquí, en el Eixample, y en una zona con pocos espacios verdes, era una visita casi obligada si se quería pasear con niños.
 

Es uno de los parques históricos de Barcelona, que actualmente celebra sus 100 años de historia. 



El acceso a la entrada principal está situado en la avenida Pau Casals. En esta avenida, decorada por naranjos y parterres de flores, encontramos una escultura dedicada a éste músico catalán, obra de Josep Viladomat (1940).



 
Llama la atención en esta escultura la expresión concentrada de su rostro, escuchando y disfrutando de la música.

 
Frente a la entrada del parque, otra obra arquitectónica rinde homenaje al violonchelista. Situada en una plaza ovalada, y dentro de un pequeño estanque, se situa esta obra de Apel·les Fenosa.


De estructura vertical en forma de llama, tiene una cara cóncava dedicada a la música, y otra convexa con un poema de Salvador Espriu elogiando a Casals.



Está decorada con ángeles musicales.


La obra es de 1976, pero no se emplazó aquí hasta 1982.


El parque está dedicado al poeta Eduard Marquina, uno de los grandes nombres del teatro histórico español y de la poesía modernista de principios de siglo. Muchas de sus obras están influenciadas por el pasado glorioso de España y el imperio perdido.


No obstante, ha predominado su nombre popular, Turó Park, que es como se llamaba el antiguo parque de atracciones que aquí se instaló en el año 1912 y que funcionó hasta 1929. Fue una importante zona de recreo, el recinto disponía de una amplia plaza de fiestas, pista de patinaje, caballitos, coches eléctricos... Más tarde se añadirían atracciones como un teatro de marionetas, el Scenic Railways (una montaña rusa), el globo aerostático, la Galería de la Guerra o la Casa Encantada, que hicieron las delicias de la burguesía más selecta de la ciudad.


Situado en una extensa finca propiedad de la familia Bertrand-Girona, en 1917, ésta se vio afectada por su inclusión en la previsión de espacios verdes de Barcelona. Nicolau M. Rubió i Tudurí fue quien propuso la trama urbanística, pensando en un jardín de uso básicamente vecinal, con la seguridad de que Barcelona se dotaría de espacios parecidos. La realidad no fue así, y desde su inauguración en 1934, el Turó Park fue el único espacio verde de la zona durante décadas.


La entrada al parque está presidida por una zona con encinas recortadas desde donde parten cinco caminos radiales.


Es un lugar recogido, elegante y acogedor. Un espacio con sombras, parterres de hiedra, caminos curvilíneos y rincones paisajísticos de gran belleza.


Los caminos perimetrales de la izquierda nos llevan hasta un área de juegos infantiles.


Un poco más allá, llegamos a dos de los espacios más bonitos del parque: el estanque y la pradera. El estanque es ovalado, está rodeado de chopos y plátanos y cubierto de nenúfares.




Este estanque, ya existía cuando era un parque de atracciones.

A principios de siglo aquí se podía navegar en unas réplicas exactas de góndolas venecianas, ricamente adornadas, que daban vueltas al lago y que causaron furor, poniéndose de moda.

Actualmente se ha realizado una limpieza del fondo del estanque y de las plantas que lo cubrían.

 

Una superviviente, seguramente abandonada. No es la única tortuga que pude ver.


Por encima se extiende una gran pradera presidida por majestuosos tilos. Actualmente replantada ya que éste es el aspecto que tenía hasta hace poco:

 
A pesar de existir al lado una zona específica para perros, éstos se apodedaron de la pradera (¿o lo hicieron sus dueños?). Ahora podemos verlo así, pero eso sí vallada:


En la pradera, destaca una pieza de bronce que rinde homenaje al escritor Eugeni d'Ors, La bien plantada, de Eloïsa Cerdan (1961).



Si giramos a la derecha encontraremos la plaza del Teatret. Uno de los recuerdos de infancia en el Turó Park: el espectáculo de marionetas y obras de teatro para niños que se representaba en este pequeño escenario.

 
Justo enfrente, un quiosco de bebidas nos invita a hacer una pausa, para tomar el sol en invierno, y para disfrutar de una sombra en verano.



 
Al lado de plaza del Teatret, y justo en medio del jardín, un rinconcito romántico: un cobertizo de aire mediterráneo, presidido por un ciruelo de hojas rojas.





Más allá de esta zona, llegamos al parterre principal del jardín: el de Boulangrin: dos filas con dieciséis magnolias, con un cuidado parterre en el centro y un riachuelo de agua que lo atraviesa.


Alrededor encontramos bancos de piedra, y al fondo del conjunto una estructura en bronce: Biga de la Font de l'Aurora, de Joan Borrell i Nicolau (1929), dedicada al dios Helios, y que representa una biga (carro tradicional) tirado por caballos.



En el lado opuesto, un rincón flanqueado por altos árboles que en verano convierten este rincón en uno de los más agradables del parque.


Detrás, otra zona perfectamente delimitada, decorada con un pequeño estanque y más parterres

 

Esta zona queda cerrada por estos excepcionales y hermosos árboles:



A lo largo del parque podemos encontrar dos tipos de señalización: por un lado, un recorrido botánico nos acerca al conocimiento de las principales especies del parque; por otro, un recorrido literario nos permite visitarlo de mano de reconocidos poetas.

Yo me despido aquí con unos versos de Salvador Espriu,


 

Bajo la lluvia,
árboles, camino, silencio,
vidas lejanas.
Sin rencor miro
como mi paso se borra.





 

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